lunes, 31 de marzo de 2014

Vivaldi, el metro de Madrid y una caminata que engorda

Escuchar "Las cuatro estaciones" de Vivaldi en los pasillos de un metro reconforta, caminar a lo loco para conseguir la combinación deseada, te chiva...y te hace sacar cuentas y concluir que en contra de cierto imaginario muy difundido, hacer ejercicio no te hace adelgazar. No es joda, pasen y vean lo que me animé a escribir en la Revista Posta el año pasado.

                                 

Una caminata para engordar

Curioso esto de las grandes ciudades, verdaderamente. Su tamaño pareciera suficiente para cobijar toda pretensión de buena vida. “Allá tenés de todo, no como acá”; suelen decir los inconformistas de origen, exactamente en el mismo acto en el que comienzan a idealizar la gran urbe. Y no importa cuán grande sea, importa es que sea más grande, tenga más monumentos y haya más instrumentos de consumo que en la residencia actual. En este imaginario, siempre habrá algo mejor, como si existiera una innata necesidad de idealizar lo que no se tiene y lanzarse a su búsqueda, aun cuando el camino esté plagado de contratiempos y frustraciones. Basta hablar con cualquier emigrante para comprobar que las monedas tienen dos caras.


Pero es cierto, las oportunidades de disfrutar existen, son reales. Lo que no es tan claro es cuán accesible están, a qué distancia. ¿A qué distancia? Curioso esto de las grandes ciudades. Remedan al físico que conoce la teoría de la relatividad y cambian la idea de distancia sacándola del plano espacial y poniéndola en el temporal. Así, los sitios de realización lúdica dejan de estar “a tantas cuadras de acá”, para estar “a tantos minutos”.

Pero no todo es esparcimiento, hay que estudiar, laburar, patear la calle. Lo que no cambia ya es la utilización de parámetros temporales para medir distancias y entonces habrá que caminar diez minutos hasta la estación del metro, luego combinar con el tren de cercanías, subir y bajar varias escaleras y pasos subterráneos, tres paradas después bajar y volver a caminar unos seis minutos hasta llegar a la oficina. Total recorrido: 50 minutos de distancia.

Curioso esto de las grandes ciudades. Este trajín en el medio de un torrente de gente puede tornarse otra de sus virtudes. En el recodo de uno de los túneles quizás te soprende un violinista tocando las cuatro estaciones de Vivaldi y te yergue el pecho, te mejora la postura, te saca una sonrisa y te vas rumbo al tren con un inesperado alimento espiritual. Y todo esto sin contar el gran ejercicio que significa la caminata y la subida y bajada de escaleras a ritmo apurado; porque eso sí, en las grandes ciudades uno va apurado, casi siempre.

¿Entonces? ¿Se pueden evitar los gimnasios? “-Seguro. La caminata en el metro escuchando al violinista nos mantiene flaquitos y no será necesaria ninguna dieta para bajar de peso”, es lo que podría decir el emigrante entusiasta. Pero no, lamentablemente no es así. La actividad física indudablemente tiene un sinnúmero de beneficios para la salud, pero no sirve para bajar de peso. Señora, señor, si creían que caminando se adelgaza, están en un imperio que no condice con la realidad.

En la infografía se plasma este exabrupto. Allí se dan los tiempos que se debería sostener una determinada actividad física para reducir en 1 kg el peso corporal en el hipotético (e irreal) caso en el que exclusivamente se metabolizaran grasas. Dado que la energía utilizada en una actividad no sólo proviene de las grasas, sino también de las proteínas y de los hidratos de carbono, los tiempos reales serán aun mayores. Por ejemplo -y siempre bajo la hipótesis de exclusivad de consumo- para que el holgazán reduzca en un kilogramo sus grasas debería dedicarle 30 horas seguidas al gimnasio del barrio. Un negoción para el dueño.


Sí, sí, a no desilusionarse, es así. La gimnasia mejora la salud, es imprescindible en cualquier régimen, pero no hace bajar de peso por sí sola. Es más, en muchos casos el efecto es justo el opuesto y basta con preguntarle a cualquier deportista qué es lo que ocurre con su peso en los momentos de mayor intensidad de entrenamiento. O preguntarle a los caminantes subterráneos del metro, que terminan pipones, rechonchos y rechochos por sus minutos de caminata frenética en la gran ciudad. O será en realidad por el Vivaldi que les regaló el violinista buscavidas. Curioso esto de las grandes ciudades, verdaderamente.

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