Una caminata para engordar
Curioso esto de las grandes
ciudades, verdaderamente. Su tamaño pareciera suficiente para
cobijar toda pretensión de buena vida. “Allá tenés de todo,
no como acá”; suelen decir los inconformistas de origen,
exactamente en el mismo acto en el que comienzan a idealizar la gran
urbe. Y no importa cuán grande sea, importa es que sea más grande,
tenga más monumentos y haya más instrumentos de consumo que en la
residencia actual. En este imaginario, siempre habrá algo mejor,
como si existiera una innata necesidad de idealizar lo que no se
tiene y lanzarse a su búsqueda, aun cuando el camino esté plagado
de contratiempos y frustraciones. Basta hablar con cualquier
emigrante para comprobar que las monedas tienen dos caras.
Pero es cierto, las oportunidades de
disfrutar existen, son reales. Lo que no es tan claro es cuán
accesible están, a qué distancia. ¿A qué distancia? Curioso esto
de las grandes ciudades. Remedan al físico que conoce la teoría de
la relatividad y cambian la idea de distancia sacándola del plano
espacial y poniéndola en el temporal. Así, los sitios de
realización lúdica dejan de estar “a tantas cuadras de acá”,
para estar “a tantos minutos”.
Pero no todo es esparcimiento, hay
que estudiar, laburar, patear la calle. Lo que no cambia ya es la
utilización de parámetros temporales para medir distancias y
entonces habrá que caminar diez minutos hasta la estación del
metro, luego combinar con el tren de cercanías, subir y bajar varias
escaleras y pasos subterráneos, tres paradas después bajar y
volver a caminar unos seis minutos hasta llegar a la oficina. Total
recorrido: 50 minutos de distancia.
Curioso esto de las grandes
ciudades. Este trajín en el medio de un torrente de gente puede
tornarse otra de sus virtudes. En el recodo de uno de los túneles
quizás te soprende un violinista tocando las cuatro estaciones de
Vivaldi y te yergue el pecho, te mejora la postura, te saca una
sonrisa y te vas rumbo al tren con un inesperado alimento espiritual.
Y todo esto sin contar el gran ejercicio que significa la caminata y
la subida y bajada de escaleras a ritmo apurado; porque eso sí, en
las grandes ciudades uno va apurado, casi siempre.
¿Entonces? ¿Se pueden evitar los
gimnasios? “-Seguro. La caminata en el metro escuchando al
violinista nos mantiene flaquitos y no será necesaria ninguna dieta
para bajar de peso”, es lo que podría decir el emigrante
entusiasta. Pero no, lamentablemente no es así. La actividad física
indudablemente tiene un sinnúmero de beneficios para la salud, pero
no sirve para bajar de peso. Señora, señor, si creían que
caminando se adelgaza, están en un imperio que no condice con la
realidad.
En la infografía se plasma este
exabrupto. Allí se dan los tiempos que se debería sostener una
determinada actividad física para reducir en 1 kg el peso corporal
en el hipotético (e irreal) caso en el que exclusivamente
se metabolizaran grasas. Dado que la energía utilizada en una
actividad no sólo proviene de las grasas, sino también de las
proteínas y de los hidratos de carbono, los tiempos reales serán
aun mayores. Por ejemplo -y siempre bajo la hipótesis de exclusivad
de consumo- para que el holgazán reduzca en un kilogramo sus grasas
debería dedicarle 30 horas seguidas al gimnasio del barrio. Un
negoción para el dueño.
Sí, sí, a no desilusionarse, es
así. La gimnasia mejora la salud, es imprescindible en cualquier
régimen, pero no hace bajar de peso por sí sola. Es más, en muchos
casos el efecto es justo el opuesto y basta con preguntarle a
cualquier deportista qué es lo que ocurre con su peso en los
momentos de mayor intensidad de entrenamiento. O preguntarle a los
caminantes subterráneos del metro, que terminan pipones, rechonchos
y rechochos por sus minutos de caminata frenética en la gran ciudad.
O será en realidad por el Vivaldi que les regaló el violinista
buscavidas. Curioso esto de las grandes ciudades, verdaderamente.
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