viernes, 28 de marzo de 2014

Una mesa de café, una apuesta, un brindis por el Sol

Hace como mil años (quince para ser más precisos), me pidieron que resuelva una apuesta surgida en una mesa de café. Lo curioso es que yo estaba a casi 2000 km de distancia. Después de mi fallo arbitral me puse a escribir esto que salió publicado en una revista que no existe más, lo adapté el año pasado y salió en Posta, otra revista que no sale más.





Un brindis por el Sol
Disfruto, y busco, una mesa de café cuando la sé imprevisible, cuando me sorprende la llegada de algún personaje que aterriza sin red en la silla de al lado y comienza su misse en scene; como aquella vez, que estando yo sentado en un bar de calle La Rioja y San Martín veo cruzar la calle a un viejito hiperactivo, luciendo un desgastado traje marrón, cargando una caja de galletitas terrabusi atada con un piolín amarillento y que prestamente se incorpora a la mesa sabatina. Un viejo parroquiano le pinchó la lengua y pude entonces disfrutar de la más acabada retórica sobre el concepto de lógica que jamás haya escuchado hasta que, a algún desubicado de esos que nunca faltan, se le ocurrió gritar “Viva Franco”, enardeciendo al expositor y provocando su retirada en medio de un ampuloso griterío. A la postre me enteré que tal indisimulable personaje era el gallego De Córdoba, viejo personaje que la bohemia santafesina de los estudiantes de derecho conocieron décadas atrás.

O también como cuando hace varias canas menos disfrutábamos en el espacio del Solar de las Artes de una trasnochada guitarreada con Adrián Abonizio y los Sosa, mis primos y hermanos de la vida, cuando repentinamente, la enorme aparición de Franquie, otro querible personaje de la noche lumpen santafesina, copó la parada y nos cantó una zambas con su voz de ultratumba sin reparar en lo calificado de su ocasional audiencia.
Y claro, seguramente cada uno de podrá aportar nuevas historias de bares para contar. Cada época, cada barrio, cada bohemia tendrá su símbolo, su bar insignia. Mesas de café, ricos lisos en patios cerveceros o el vermouth en el club de bochas oficiaron y oficiarán como continentes de vagos, intelectuales, malandras o padres de familia; sirvieron y servirán para disparar las confesiones más íntimas, teorizaciones políticas, encarnizadas disputas deportivas y desvaríos sobre inverosímiles maratones sexuales del narrador ocasional.
Una vez me tocó en suerte ser árbitro de una apuesta rubricada por sabiondos y suicidas, y lo curioso del caso es que tuve que hacerlo a 1800 kilómetros de distancia, desde Bariloche donde viví unos años. El conflicto surgió en una tradicional mesa dominguera del bar de Peloncho, por entonces ubicado en el codito de la ya desaparecida Galería Central (esa que tenía salida por San Gerónimo y por Mendoza) y se centró en definir cuál era la temperatura del Sol, creo. Algunos argumentaban que habían escuchado teorías acerca de que el Sol era frío. Y como con estas cosas se puede apostar pero no se juega, fui a los libros y encontré algunas respuestas que seguramente dirimieron vencedores de vencidos. Tal fue mi argumento arbitral:
El Sol es tal debido a que en su interior se suceden persistentemente millones de reacciones químicas en las que dos átomos de Hidrógeno “se pegotean” y forman un átomo de Helio. Como la energía del átomo de Helio es menor que la suma de la de los Hidrógenos por separado, necesariamente, por el principio de conservación de la energía, debe liberarse hacia el exterior la cantidad de energía en exceso. Naturalmente si esta es la situación, la temperatura del sol debería ser enorme, y así es: se estima que en su interior la temperatura esde unos veinte millones de grados centígrados, pero en la superficie desciende tres mil veces hasta llegar a seis mil grados centígrados. Calentito, calentito.
Otro cantar es cuando hablamos de “la temperatura del Universo”. Como idea básica pensemos que el concepto de temperatura se relaciona con la existencia y en referencia a un cuerpo material. Una mayor o menor temperatura puede asociarse a un mayor o menor movimiento microscópico de los átomos que componen el material. Si no existe materia que “calentar”, si no tenemos átomos y moléculas para hacer vibrar, no podemos definir una temperatura. Si bien se utiliza la expresión “temperatura del Universo” en contextos diversos, definamosla, por hoy no más, como aquella que tendría un cuerpo si no existieran el Sol ni los Planetas cercanos. Si este fuera el caso, la Tierra sólo por la influencia del resto de las estrellas, debería tener una temperatura de 264 grados bajo cero. Fresquita, fresquita.”


Nunca supe finalmente quiénes fueron los apostadores y mucho menos quien disfruto de la cena prometida. Sí se que Teco, Chichín, Peloncho, Bartolo, Chiche y Pirulo pasaron muchos whiskies y cafés entretenidos discutiendo por sus Soles. Hoy, brindo por ellos.

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