Un brindis por el
Sol
Disfruto, y busco, una mesa
de café cuando la sé imprevisible, cuando me sorprende la llegada
de algún personaje que aterriza sin red en la silla de al lado y
comienza su misse en scene; como aquella vez, que
estando yo sentado en un bar de calle La Rioja y San Martín veo
cruzar la calle a un viejito hiperactivo, luciendo un desgastado
traje marrón, cargando una caja de galletitas terrabusi atada con un
piolín amarillento y que prestamente se incorpora a la mesa
sabatina. Un viejo parroquiano le pinchó la lengua y pude entonces
disfrutar de la más acabada retórica sobre el concepto de lógica
que jamás haya escuchado hasta que, a algún desubicado de esos que
nunca faltan, se le ocurrió gritar “Viva Franco”, enardeciendo
al expositor y provocando su retirada en medio de un ampuloso
griterío. A la postre me enteré que tal indisimulable personaje era
el gallego De Córdoba, viejo personaje que la bohemia santafesina de
los estudiantes de derecho conocieron décadas atrás.
O también como cuando hace
varias canas menos disfrutábamos en el espacio del Solar de las
Artes de una trasnochada guitarreada con Adrián Abonizio y los Sosa,
mis primos y hermanos de la vida, cuando repentinamente, la enorme
aparición de Franquie, otro querible personaje de la noche lumpen
santafesina, copó la parada y nos cantó una zambas con su voz de
ultratumba sin reparar en lo calificado de su ocasional audiencia.
Y claro, seguramente cada
uno de podrá aportar nuevas historias de bares para contar. Cada
época, cada barrio, cada bohemia tendrá su símbolo, su bar
insignia. Mesas de café, ricos lisos en patios cerveceros o el
vermouth en el club de bochas oficiaron y oficiarán como continentes
de vagos, intelectuales, malandras o padres de familia; sirvieron y
servirán para disparar las confesiones más íntimas, teorizaciones
políticas, encarnizadas disputas deportivas y desvaríos sobre
inverosímiles maratones sexuales del narrador ocasional.
Una vez me tocó en suerte
ser árbitro de una apuesta rubricada por sabiondos y suicidas, y lo
curioso del caso es que tuve que hacerlo a 1800 kilómetros de
distancia, desde Bariloche donde viví unos años. El conflicto
surgió en una tradicional mesa dominguera del bar de Peloncho, por
entonces ubicado en el codito de la ya desaparecida Galería Central
(esa que tenía salida por San Gerónimo y por Mendoza) y se centró
en definir cuál era la temperatura del Sol, creo. Algunos
argumentaban que habían escuchado teorías acerca de que el Sol era
frío. Y como con estas cosas se puede apostar pero no se juega, fui
a los libros y encontré algunas respuestas que seguramente
dirimieron vencedores de
vencidos. Tal fue mi argumento arbitral:
“El Sol es tal debido
a que en su interior se suceden persistentemente millones de
reacciones químicas en las que dos átomos de Hidrógeno “se
pegotean” y forman un átomo de Helio. Como la energía del átomo
de Helio es menor que la suma de la de los Hidrógenos por separado,
necesariamente, por el principio de conservación de la energía,
debe liberarse hacia el exterior la cantidad de energía en exceso.
Naturalmente si esta es la situación, la temperatura del sol debería
ser enorme, y así es: se estima que en su interior la temperatura
esde unos veinte millones de grados centígrados, pero en la
superficie desciende tres mil veces hasta llegar a seis mil grados
centígrados. Calentito, calentito.
Otro cantar es cuando
hablamos de “la temperatura del Universo”. Como idea básica
pensemos que el concepto de temperatura se relaciona con la
existencia y en referencia a un cuerpo material. Una mayor o menor
temperatura puede asociarse a un mayor o menor movimiento
microscópico de los átomos que componen el material. Si no existe
materia que “calentar”, si no tenemos átomos y moléculas para
hacer vibrar, no podemos definir una temperatura. Si bien se utiliza
la expresión “temperatura del Universo” en contextos diversos,
definamosla, por hoy no más, como aquella que tendría un cuerpo si
no existieran el Sol ni los Planetas cercanos. Si este fuera el caso,
la Tierra sólo por la influencia del resto de las estrellas, debería
tener una temperatura de 264 grados bajo cero. Fresquita, fresquita.”
Nunca
supe finalmente quiénes fueron los apostadores y mucho menos quien
disfruto de la cena prometida. Sí se que Teco, Chichín, Peloncho,
Bartolo, Chiche y Pirulo pasaron muchos whiskies y cafés
entretenidos discutiendo por sus Soles. Hoy, brindo por ellos.
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