viernes, 14 de marzo de 2014

Buenaventura Suárez, el primer científico criollo

Cuando descubrí la historia de Buenaventura Suarez sencillamente quedé cautivado. La fascinación perdura y creo que aún nos debemos poner en relieve su inmensa contribución a la ciencia criolla, justipreciar su estatura.
Aquí les dejo un texto que escribí para un fascículo de la serie "Aula ciudad" que lleva adelante la intendencia de la ciudad de Santa Fe. Algo parecido se publicó también en la serie "Santa Fe en la gestación y desarrollo de la Argentina" del diario "El Litoral" y una versión más reducida en la Revista "Posta" (gran revista, una pena que se haya discontinuado, dicho sea de paso).

Buenaventura en su observatorio según lo imaginó un artista 

El "Lunario de un siglo", el primer paper argentino. 



Buenaventura, el científico criollo

La sociedad, su cultura y protagonistas

En una cámara de ultra alto vacío de un laboratorio de Física puede ocurrir una invasión. Una muy pequeña cantidad de átomos ocupa una superficie, un territorio, y lo coloniza. En general es perfectamente posible controlar la cantidad y las especies invasoras desde el exterior, pero no es estrictamente predecible cuál va a ser el resultado de la colonización. Se generan condiciones de contexto pero luego esos átomos se autoensamblan, se organizan siguiendo fuerzas elementales que los agrupan, ordenan y establecen de muy diferente manera según sean las características de la superficie, de las condiciones de presión y temperatura del ambiente, de la cantidad de nuevos habitantes y de sus propias habilidades para formar lazos con sus vecinos. Luego, descubrir cuál fue el resultado del juego de interacciones colectivas y -sobre todo- comprender sus porqués será el desvelo persistente del científico.


A las sociedades les pasa algo similar. Un grupo de lobos ocupa un territorio en el bosque, interactúa con él, se ordena jerárquicamente y se desarrolla; las primeras tribus de humanos actuaron de forma análoga aunque motorizados por su propia complejidad cristalizaron en civilizaciones con niveles de organización intrincados y diversos. A lo largo de la historia, un sinnúmero de formas de orden político y social fueron posibles mas ninguno exento de la búsqueda de respuestas a preguntas transcendentes y transitando el camino del progreso contemporáneamete concebido.

La razón que domina la dinámica de autoorganización, su simiente, no es única. Encontrar senderos espirituales para acercarse a Dios, consolidar tecnología militar para vencer al enemigo, diseñar un mejor acueducto para accceder a agua limpia de consumo y riego, comprender el movimiento de los astros y su influencia en las cosechas, pergeñar una organización política socialmente inclusiva o construir los mejores instrumentos musicales, pinceles, tintes, plumas y papel que permitan elevar el desarrollo humano a un nivel sensible bien podrían ser ejemplos de las fuerzas intangibles que lo traccionan. Así, científicos, músicos, poetas, tecnólogos, ingenieros, militares, políticos y religiosos se constituyen en actores centrales de la cultura a la que, no sólo pertenecen, sino también construyen protagónicamente, ayer y hoy. Otra vez, descubrir el resultado del interjuego colectivo, medirlo día a día y comprender sus porqués es el desvelo de la sociedad toda.

Sin dudas, la red cristalina sobre la que se edifica el entramado social, se la decora con las nuevas ideas, se avanza en el conocimiento, se descubre y se comprende el mundo sensitivo y el aun elusivo, es la Educación, deseablemente institucionalizada y de acceso popular. La solidez de una educación exigente es la fortaleza de la cultura de un pueblo y en tal sentido es necesario incoporar conceptualmente en todos los niveles educativos -desde el inicial hasta el universitario- las formas de protagonismo, lógicas de trabajo y pensamiento de todos los actores culturales. Un abogado no tiene por qué saber cómo se pliega una proteína ni un químico debe conocer en qué tonalidad se afina el corno, pero sí todos deberían tener una aproximación conceptual sobre cómo cada uno se planta ante un situación creativa o problemática, sea ésta decidir cómo gastar los impuestos recaudados o cómo transformar en uso masivo las fabulosas propiedades de los campos electromagnéticos.

Lamentablemente, esta intención no siempre puede plasmarse en su justo punto. Montados en estereotipos distorsivos, la ciencia y sus hacedores han cabalgado en baguales indómitos: el malo de la película, el científico de guardapolvo blanco, encerrado en su laboratorio y en su propia alienación concibe aparatos de destrucción masiva y dominación y debe ser vencido por el superhéroe que adquiere poderes mágicos tras ingerir sustancias de dudosa procedencia.

Emergente o generador de este producto cultural, lo cierto es que el acto educativo de soslayar en demasía la lógica científica en el ámbito áulico, coadyuvó a cierta invisibilidad de sus actores y es responsabilidad de todos nosotros transformar este estándar en sólo temporario.

Santa Fe, cuna de buenaventura

Afortunadamente nuestra ciudad de Santa Fe, mágica, exquisitamente rica en su acervo cultural puede ser un excelente vehículo para corregir esta distorsión en tanto nos regala historias de propia cepa que describen el interjuego de actores, prohombres y mujeres que se autoensamblan y desarrollan a partir de las condiciones iniciales impuestas a orillas del Quiloazas. Una de ellas, injustamente olvidada por años, es la protagonizada por Buenaventura Suárez, partícipe imprescindible de la nueva organización, no sólo por su condición de Padre jesuita, sino también por ser un verdadero pionero de la ciencia y del desarrollo tecnológico autónomo local.

Para justipreciar la enormidad de su aporte tomemos sólo un dato de contexto histórico: Galileo era un niño de nueve años cuando se fundó Santa Fe y murió en épocas en la que la ciudad estaba mudándose a su actual emplazamiento. Si pensamos en la celeridad de las comunicaciones y medios de transporte de la época y en las posibilidades de acceso al conocimento de vanguardia, podemos decir que Buenaventura, criollo nacido en un pueblo que aun debatía como ocupar el territorio y conformarse como colectivo social, fue prácticamente contemporáneo al padre de la ciencia moderna.

Buenaventura Suárez fue un innovador. Con un temple forjado en una selva inhóspita y con la obstinación del sabio no se doblegó ante la adversidad del entorno: ideó un novedoso sistema de fundición de campanas, adquirió conocimiento en medicina, inventó una receta para fabricar chocolates, pero sin dudas fue la astronomía su gran pasión.

Luego de estudios superiores en Córdoba y siguiendo el mandato de la Orden en el amanecer del siglo XVIII se radicó en la reducción de San Cosme y San Damián, donde le fue posible saciar su curiosidad por los astros siguiendo rigurosos procedimientos científicos. No tenía instrumentos, pero los fabricó. Seguramente no accedió a las herramientas adecuadas para que sean los más precisos, pero el sólo hecho de saber que construyó telescopios con lentes talladas por artesanos de la misión y relojes de péndulo astronómicos lo ubica en la vanguardia tecnológica de concepto.

Con la dedicación del mejor de los astrónomos del mundo y bajo el manto del cielo del Paraguay, observó durante décadas los eclipses de Luna y Sol y las inmersiones y emersiones de los satélites de Júpiter descubiertos por Galileo sólo cien años antes y sustento científico de la teoría heliocéntrica. Sus observaciones no fueron simplemente descriptivas: durante treinta y tres años realizó Lunarios anuales hasta que finalmente se decidió a escribir su gran obra, el Lunario de un siglo. En la Introducción, Buenaventura justifica haber construido los instrumentos de medición con sus propias manos en tanto “no se traen de Europa a estas provincias, por no florecer en ellas el estudio de las ciencias matemáticas”1. Enriqueció sus observaciones empíricas con minuciosos análisis de datos y cálculos apoyados en las Tablas astronómicas del astrónomo francés Philipo de la Hire -las mejores de la época- y pudo así predecir eclipses de Sol y Luna hasta el año 1840 y dió las claves para extenderlas hasta 1903. Su Lunario, un verdadero libro de efemérides astronómicas, fue publicado en Europa y reconocido por los referentes mundiales que lo leyeron, citaron y utilizaron para futuras investigaciones. Una vez conocida su obra, consiguió adquirir nuevos equipos y pudo continuar sus observaciones con elementos acordes a época hasta sus últimos días.

Desde el primer eslabón de observación, siguiendo por la sistematización, análisis, predicción, publicación, y uso por la comunidad de expertos, la obra de Buenaventura Suárez contiene todos los ingredientes que caracterizan a la ciencia moderna y por lo tanto forma parte de la cultura de su pueblo. Fue con letras de molde un gran científico, criollo y protagonista de la construcción de la nueva sociedad a la que pertenecía y jerarquizaba. En tal sentido, su historia y obra no sólo no debe ser soslayada como trayecto educativo sino que debe ser imprescindiblemente realzada y valorada en su punto justo. Este fascículo de Aula Ciudad es un aporte a este ímpetu. Enhorabuena.


Pablo Bolcatto - Febrero de 2011
1Furlong. Glorias Santafesinas

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