Aquí les dejo un texto que escribí para un fascículo de la serie "Aula ciudad" que lleva adelante la intendencia de la ciudad de Santa Fe. Algo parecido se publicó también en la serie "Santa Fe en la gestación y desarrollo de la Argentina" del diario "El Litoral" y una versión más reducida en la Revista "Posta" (gran revista, una pena que se haya discontinuado, dicho sea de paso).
Buenaventura en su observatorio según lo imaginó un artista |
El "Lunario de un siglo", el primer paper argentino. |
Buenaventura, el
científico criollo
La
sociedad, su cultura y protagonistas
En
una cámara de ultra alto vacío de un laboratorio de Física puede
ocurrir una invasión. Una
muy pequeña cantidad de átomos ocupa una superficie, un territorio,
y lo coloniza. En general es perfectamente posible controlar la
cantidad y las especies invasoras desde el exterior, pero no es
estrictamente predecible cuál va a ser el resultado de la
colonización. Se generan condiciones de contexto pero luego esos
átomos se autoensamblan, se organizan siguiendo fuerzas elementales
que los agrupan, ordenan y establecen de muy diferente manera según
sean las características de la superficie, de las condiciones de
presión y temperatura del ambiente, de la cantidad de nuevos
habitantes y de sus propias habilidades para formar lazos con sus
vecinos. Luego, descubrir cuál fue el resultado del juego de
interacciones colectivas y -sobre todo- comprender sus porqués será
el desvelo persistente del científico.
A
las sociedades les pasa algo similar. Un grupo de lobos ocupa un
territorio en el bosque, interactúa con él, se ordena
jerárquicamente y se desarrolla; las primeras tribus de humanos
actuaron de forma análoga aunque motorizados por su propia
complejidad cristalizaron en civilizaciones con niveles de
organización intrincados y diversos. A lo largo de la historia, un
sinnúmero de formas de orden político y social fueron posibles mas
ninguno exento de la búsqueda de respuestas a preguntas
transcendentes y transitando el camino del progreso contemporáneamete
concebido.
La
razón que domina la dinámica de autoorganización, su simiente, no
es única. Encontrar senderos espirituales para acercarse a Dios,
consolidar tecnología militar para vencer al enemigo, diseñar un
mejor acueducto para accceder a agua limpia de consumo y riego,
comprender el movimiento de los astros y su influencia en las
cosechas, pergeñar una organización política socialmente inclusiva
o construir los mejores instrumentos musicales, pinceles, tintes,
plumas y papel que permitan elevar el desarrollo humano a un nivel
sensible bien podrían ser ejemplos de las fuerzas intangibles que lo
traccionan. Así, científicos, músicos, poetas, tecnólogos,
ingenieros, militares, políticos y religiosos se constituyen en
actores centrales de la cultura a la que, no sólo pertenecen, sino
también construyen protagónicamente, ayer y hoy. Otra vez,
descubrir el resultado del interjuego colectivo, medirlo día a día
y comprender sus porqués es el desvelo de la sociedad toda.
Sin
dudas, la red cristalina sobre la que se edifica el entramado social,
se la decora con las nuevas ideas, se avanza en el conocimiento, se
descubre y se comprende el mundo sensitivo y el aun elusivo, es la
Educación, deseablemente institucionalizada y de acceso popular. La
solidez de una educación exigente es la fortaleza de la cultura de
un pueblo y en tal sentido es necesario incoporar conceptualmente en
todos los niveles educativos -desde el inicial hasta el
universitario- las formas de protagonismo, lógicas de trabajo y
pensamiento de todos los actores culturales. Un abogado no tiene por
qué saber cómo se pliega una proteína ni un químico debe conocer
en qué tonalidad se afina el corno, pero sí todos deberían tener
una aproximación conceptual sobre cómo cada uno se planta ante un
situación creativa o problemática, sea ésta decidir cómo gastar
los impuestos recaudados o cómo transformar en uso masivo las
fabulosas propiedades de los campos electromagnéticos.
Lamentablemente,
esta intención no siempre puede plasmarse en su justo punto.
Montados en estereotipos distorsivos, la ciencia y sus hacedores han
cabalgado en baguales indómitos: el malo de la película, el
científico de guardapolvo blanco, encerrado en su laboratorio y en
su propia alienación concibe aparatos de destrucción masiva y
dominación y debe ser vencido por el superhéroe que adquiere
poderes mágicos tras ingerir sustancias de dudosa procedencia.
Emergente
o generador de este producto cultural, lo cierto es que el acto
educativo de soslayar en demasía la lógica científica en el ámbito
áulico, coadyuvó a cierta invisibilidad de sus actores y es
responsabilidad de todos nosotros transformar este estándar en sólo
temporario.
Santa
Fe, cuna de buenaventura
Afortunadamente
nuestra ciudad de Santa Fe, mágica, exquisitamente rica en su acervo
cultural puede ser un excelente vehículo para corregir esta
distorsión en tanto nos regala historias de propia cepa que
describen el interjuego de actores, prohombres y mujeres que se
autoensamblan y desarrollan a partir de las condiciones iniciales
impuestas a orillas del Quiloazas. Una de ellas, injustamente
olvidada por años, es la protagonizada por Buenaventura Suárez,
partícipe imprescindible de la nueva organización, no sólo por su
condición de Padre jesuita, sino también por ser un verdadero
pionero de la ciencia y del desarrollo tecnológico autónomo local.
Para
justipreciar la enormidad de su aporte tomemos sólo un dato de
contexto histórico: Galileo era un niño de nueve años cuando se
fundó Santa Fe y murió en épocas en la que la ciudad estaba
mudándose a su actual emplazamiento. Si pensamos en la celeridad de
las comunicaciones y medios de transporte de la época y en las
posibilidades de acceso al conocimento de vanguardia, podemos decir
que Buenaventura, criollo nacido en un pueblo que aun debatía como
ocupar el territorio y conformarse como colectivo social, fue
prácticamente contemporáneo al padre de la ciencia moderna.
Buenaventura
Suárez fue un innovador. Con un temple forjado en una selva
inhóspita y con la obstinación del sabio no se doblegó ante la
adversidad del entorno: ideó un novedoso sistema de fundición de
campanas, adquirió conocimiento en medicina, inventó una receta
para fabricar chocolates, pero sin dudas fue la astronomía su gran
pasión.
Luego
de estudios superiores en Córdoba y siguiendo el mandato de la Orden
en el amanecer del siglo XVIII se radicó en la reducción de San
Cosme y San Damián, donde le fue posible saciar su curiosidad por
los astros siguiendo rigurosos procedimientos científicos. No tenía
instrumentos, pero los fabricó. Seguramente no accedió a las
herramientas adecuadas para que sean los más precisos, pero el sólo
hecho de saber que construyó telescopios con lentes talladas por
artesanos de la misión y relojes de péndulo astronómicos lo ubica
en la vanguardia tecnológica de concepto.
Con
la dedicación del mejor de los astrónomos del mundo y bajo el manto
del cielo del Paraguay, observó durante décadas los eclipses de
Luna y Sol y las inmersiones y emersiones de los satélites de
Júpiter descubiertos por Galileo sólo cien años antes y sustento
científico de la teoría heliocéntrica. Sus observaciones no fueron
simplemente descriptivas: durante treinta y tres años realizó
Lunarios anuales hasta que finalmente se decidió a escribir su gran
obra, el Lunario de un siglo. En la Introducción, Buenaventura
justifica haber construido los instrumentos de medición con sus
propias manos en tanto “no se traen de Europa a estas
provincias, por no florecer en ellas el estudio de las ciencias
matemáticas”1.
Enriqueció sus observaciones empíricas con minuciosos
análisis de datos y cálculos apoyados en las Tablas astronómicas
del astrónomo francés Philipo de la Hire -las mejores de la época-
y pudo así predecir eclipses de Sol y Luna hasta el año 1840 y dió
las claves para extenderlas hasta 1903. Su Lunario, un verdadero
libro de efemérides astronómicas, fue publicado en Europa y
reconocido por los referentes mundiales que lo leyeron, citaron y
utilizaron para futuras investigaciones. Una vez conocida su obra,
consiguió adquirir nuevos equipos y pudo continuar sus observaciones
con elementos acordes a época hasta sus últimos días.
Desde
el primer eslabón de observación, siguiendo por la sistematización,
análisis, predicción, publicación, y uso por la comunidad de
expertos, la obra de Buenaventura Suárez contiene todos los
ingredientes que caracterizan a la ciencia moderna y por lo tanto
forma parte de la cultura de su pueblo. Fue con letras de molde un
gran científico, criollo y protagonista de la construcción de la
nueva sociedad a la que pertenecía y jerarquizaba. En tal sentido,
su historia y obra no sólo no debe ser soslayada como trayecto
educativo sino que debe ser imprescindiblemente realzada y valorada
en su punto justo. Este fascículo de Aula Ciudad es un aporte a este
ímpetu. Enhorabuena.
Pablo
Bolcatto - Febrero de 2011
1Furlong.
Glorias Santafesinas
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